Fotón estaba flaco y desconfiaba de todo ser humano que se le acercara cuando llegó a la vida de Juan Rodríguez Villacob. Rechazaba el concentrado y su piel mostraba las marcas del abandono. Sin embargo, gracias al amor y los cuidados de Juan, dos meses después, en su finca, el caballo ya se deja montar, come con calma y hasta el brillo del pelaje habla de su recuperación.
—El caballo vino maltratado, flaco. Le hemos dado vitaminas, comida distinta. Al principio no aceptaba el concentrado, pero ahora ya se adaptó. El pelo le volvió a salir y está más tranquilo —dice Juan, con una mezcla de orgullo y alivio.
Fotón hace parte de los 53 animales rescatados en Barranquilla desde que entró en vigencia el Decreto 785 de 2024, que ordena la sustitución de vehículos de tracción animal en la ciudad. La norma, implementada desde el 15 de enero, abrió un camino para que caballos, mulas y burros dejaran las calles y encontraran hogares donde pudieran descansar y donde se les garantizara bienestar animal.
Detrás de esa transición hay un trabajo silencioso y técnico. El Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) acompaña cada entrega con la rigurosidad de su misión: aplica las vacunas obligatorias, controla enfermedades como la anemia infecciosa equina, expide guías sanitarias de movilización y registra los predios donde los animales serán adoptados. Sin ese respaldo, el rescate sería apenas un gesto, no una garantía de bienestar.
Juan Diego Rodríguez, gerente seccional del ICA en Atlántico, señaló que la entidad está haciendo seguimiento y asegurando el cumplimiento de todos los requisitos para que la entrega sea legal. Eso significa vacunar contra la encefalitis equina, registrar los predios y expedir la respectiva guía sanitaria de movilización interna.
Por ahora, la iniciativa se concentra en Barranquilla, pero Rodríguez tiene claro que el impacto debe trascender las fronteras de la ciudad:
—Lo ideal es que este trabajo se extienda a todo el departamento y, por supuesto, a todo el país. El llamado es a los cuidadores de equinos, pero también a los entes territoriales, a las alcaldías municipales, que son la primera autoridad en cada municipio—.
En el refugio de la Fundación Mascotas, Daniela Useche decidió adoptar dos de las historias más duras:
Claudia, una yegua que no soportaba la cercanía de ningún hombre por las secuelas del maltrato, y
Solita, de 28 años, con fracturas en la cadera y en una pata, que además llegó preñada.
—Era puro hueso y aun así la hacían trabajar. Aquí decidí que iba a descansar el resto de su vida —explica Daniela.
El ICA estuvo allí también: vacunando, inspeccionando y registrando.
—El papel del ICA ha sido muy importante. Ellos verifican que los animales estén bien, que no falte ningún control. Eso da tranquilidad —añade.
Jean Carlos Vergara, director clínico de la Fundación Mascotas, reconoce que no todos los rescates terminan con finales felices. Algunos animales llegan con heridas tan graves que solo queda la eutanasia.
—No podemos satanizar a todos los conductores —aclara—, algunos cuidaban bien a sus animales. Pero la mayoría llegaban con anemias, fracturas, heridas abiertas. Muy pocos estaban en buen estado—.
Por eso, las adopciones se vigilan con lupa: predios rurales de al menos dos hectáreas, compromiso económico para sostenerlos y la obligación de garantizar atención veterinaria. Todo supervisado con el acompañamiento del ICA.
Lo que comenzó como un decreto municipal se ha convertido en un precedente. Barranquilla abrió la puerta y debería ser ejemplo para todo el país:
—Este es un trabajo bonito, que se tiene que hacer en todos los municipios. Los caballos merecen vivir tranquilos—.
Fotón, que ahora mastica su ración de concentrado, no entiende de decretos ni de normativas. Pero su vida, como la de Claudia, Solita y los otros, cambió porque un Estado, una alcaldía, unas fundaciones y el ICA decidieron que ya era hora de devolverles lo que nunca debió negárseles: el derecho a vivir sin dolor.