La arquitectura de la abeja

César Alberto Palacio Santos, apicultor.
César Alberto Palacio Santos, apicultor.

La abeja lleva cien millones de años en la Tierra. Puede vivir apenas 40 días y, aun así, morir volando. Mide entre 15 y 24 milímetros —aproximadamente el tamaño de la uña de un dedo meñique—, pero su genio es lo suficientemente grande como para edificar un mundo perfecto. Visita entre cinco mil y siete mil flores al día. El 75 % de los cultivos del planeta dependen de sus polinizadores. Si desaparecieran, la humanidad no sobreviviría más de cuatro años. Estamos hablando de la abeja.

Según los investigadores, existen más de 20 mil especies de abejas en el mundo. Una de ellas es cuidada por César Alberto Palacio Santos, quien durante los últimos 40 años ha convivido más con abejas que con seres humanos. Desde el patio de su casa en San Andrés, en un apiario de 20 por 20 metros, ha aprendido todo lo que se puede saber sobre esta especie.

“Mi nombre es César Alberto Palacio Santos. Nací por casualidad en Panamá, aunque soy colombiano. Mi padre es sanandresano, mi madre, santandereana. En aquella época, en San Andrés había muchas dificultades, y como mi papá tenía familia en Panamá, decidieron irse. Estuvieron allá poco tiempo, yo nací y luego regresaron a San Andrés. Fui educado aquí, hice la primaria en San Andrés, el bachillerato en Bogotá, y luego estudié economía en la universidad. Mi tesis de grado fue sobre abejas.”

El 7 % de la población mundial es alérgica a la picadura de abeja. Para una persona no alérgica, 500 picaduras pueden enviarla al hospital, con consecuencias fatales. Una de las primeras veces que César estuvo en una colmena, recibió 300 picaduras. Una abeja solo puede picar una vez antes de morir.

“Teníamos que revisar unas colmenas en Ubaté, en una finca de curas, como un monasterio. Yo llevaba mi careta y todo, pero ese día me picaron como 300 abejas. Casi me matan. Me sentía muy mal. Le dije a Parrada: ‘Me siento mal, voy a tomar agua’. Tenía una sed impresionante. Me dijo: ‘Tómese un antihistamínico’, y me tomé dos. Me quedé dormido sobre el pasto mojado, llovía. Estaba al borde de un shock anafiláctico. Lo más increíble es que me quedó gustando. Y desde entonces, hemos recorrido, hemos criado las reinas que hemos querido, las madres que hemos querido. Las hemos seleccionado.”

Desde ese día, César ha dedicado su vida al cultivo de abejas, porque entiende que sin abejas no hay cultivos, sin cultivos no hay campo, y sin campo no hay humanidad.

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Pero ¿por qué César está enamorado del campo? ¿Cuáles son sus raíces?

“Yo vi el campo productivo de San Andrés. Cuando tenía unos siete años, vivíamos en San Luis. Mi papá solía llevarme con mi hermano menor a la casa de mi abuela y mi tío abuelo. Él me recogía como a las ocho de la mañana y me llevaba a sus fincas. Todo era verde y lleno de producción: melones, patillas, aguacates, naranjas, toronjas, plátanos, bananos... todo lo que usted se imagine. Era un verde de vida. Hoy es un verde de abandono, un verde de monte.”

Sanandresano por tradición, por elección y por herencia, César le ha apostado a recuperar la vida verde del campo a través del cuidado de la abeja europeizada, aplicando el método Palmer.

“Cuando empecé a profundizar, me di cuenta de que podíamos producir más. Al principio era una bobada, unas botellitas de miel, insignificante. Luego introdujimos genética, hicimos mejoramiento. Porque el apicultor es un ganadero: la apicultura es ganadería. Conseguimos unas madres y comenzamos a vender reinas. Hicimos muchos contactos, comenzamos a salir, a exportar. Usted va hoy a Costa Rica y pregunta a cualquier apicultor de dónde vienen las mejores reinas, y le dicen que de San Andrés. ¿Por qué? Porque nos preocupamos por el mejoramiento genético. No es que tengamos un laboratorio científico: trajimos madres, las reproducimos, las seleccionamos a ojo, las comercializamos, y dan muy buenos resultados.”

El sistema Palmer versión San Andrés tiene dos componentes esenciales: primero, produce el "dor" (una etapa productiva clave en la apicultura), y segundo, es el único método que involucra a la mujer en la producción, ya que los equipos diseñados manejan la mitad del peso del estándar, facilitando su participación.

En el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) reconocemos que el entorno natural del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina es único y frágil, lo que representa un reto para la producción agropecuaria. Por eso es clave el trabajo de la granja apícola Honey Land, propiedad de César Palacio: un economista apasionado por la apicultura y las alternativas sostenibles de producción.

Durante una visita de vigilancia y actualización de censos, tuvimos la oportunidad de conocer de cerca sus prácticas en la cría y manejo de abejas reinas, altamente valoradas tanto en Colombia como en el exterior. Gracias a sus altos estándares de calidad, estas abejas no solo mejoran los niveles productivos, sino que también reducen la reactividad de las colmenas, facilitando su manejo y promoviendo el crecimiento de nuevas colonias.

“El ICA siempre me vio desde lejos. Pero últimamente, están muy cerca. Por ejemplo, me invitaron a registrarme, y lo hice porque quiero ser legal, quiero seguir aprendiendo. En cualquier momento el ICA puede desarrollar una iniciativa tecnológica y no me va a tener en cuenta si no estoy registrado. Así que me registré y tengo buenas relaciones con ellos.”

El ICA, consciente de la importancia del trabajo de César para la agricultura colombiana, ha prestado su acompañamiento a este proceso. Una labor que, aunque minúscula como una abeja, construye un entramado firme y productivo: una colmena para el futuro del campo colombiano.

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