“En el campo están las raíces de todo. Y ahí es donde yo quiero seguir creciendo”

Katerine Elizabeth Duarte Guzmán.
Katerine Elizabeth Duarte Guzmán.

Sucre, Córdoba, 5 de mayo de 2025. El amor por el campo lo heredó, así como se heredan el color de ojos del papá o la sonrisa de la madre, de forma natural, casi genética. Lo heredó de sus abuelos maternos, Eliezer y Emira: él, un campesino con tercero de primaria y ella, una niña educada para ser docente interna, que más tarde también fue telegrafista, enfermera y la partera del pueblo.  

El amor por el campo tiene el color de las tardes de las visitas donde los tíos y el dulce olor del melado de caña. Late en su pecho como los fondos gigantes, el juego entre el bagazo y la molienda de la infancia. Katerine Elizabeth Duarte Guzmán que, a medianoche y en los primeros años de su vida, se levantaba para prender los motores y hacer panela, recuerda: “Fue ahí, entre tazas de tinto, desayunos tempranos y el esfuerzo colectivo, donde comprendí la fortaleza de los productores. Ahí también nació mi decisión de ser ingeniera agrónoma”.

Nació en Bogotá y se crió en Sibaté, pero ella dice que es de Nimaima porque uno es de donde están las raíces, de donde siembra un árbol y se enamora de la tierra. Su carrera la hizo en Fusagasugá, “A los 30 años nació mi hija Luciana, y un año después empecé a trabajar en el ICA como contratista. Aunque el camino no ha sido fácil, Luciana ha sido una niña maravillosa: responsable, empática y comprensiva. Gracias a ella y a mi red de apoyo, he podido seguir trabajando en el campo con pasión”.

Además de ser madre y la gran cómplice de su hija, es una viajera innata. Si hay alguien que haya recorrido Colombia, pero no la turística sino la de la mochila y las botas, es Katerine. Cundinamarca, Meta, Caldas, Sucre, son algunos de los lugares a los que esta mujer ha llevado sus conocimientos y su calidez humana. Esto a través del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), donde inició en el año 2011 por medio de un contrato de prestación de servicios en el departamento de Cundinamarca, supervisando un convenio ICA-Fé de Cacao. Luego, en el año 2012, en las oficinas nacionales en Bogotá, donde prestó sus servicios como contratista durante tres años. Posteriormente, en la oficina de Granada en el Meta, y en el año 2018, desde el 2 de abril, como profesional universitario en la ciudad de Manizales, en Caldas, y finalmente en el departamento de Sucre, donde lleva seis años trabajando.

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“Trabajar en Sucre ha sido una oportunidad increíble de crecimiento personal y profesional. Aquí he encontrado un lugar que necesitaba del ICA y, de alguna forma, también de mí”. Este departamento ha sido un lugar de aprendizaje para ella, es el lugar donde ha asumido retos como el de ser madre soltera. Cuando su esposo murió, al reto de estar en un lugar desconocido, se sumó el de estar sola, asumiendo el duelo, siendo mamá y papá a la vez. Pero Katerine está hecha de lo mismo que los buenos cultivos: con perseverancia, cuidados, trabajo duro y una voluntad férrea se levantó para seguir caminando el campo de nuestro país.

“Luciana tenía nueve años cuando yo ya estaba acá en Sincelejo y cuando murió su papá. Por eso es que yo digo que aquí tengo una gran familia, porque mis compañeras me han ayudado a cuidar a la niña y a atravesar ese proceso”. En el ICA, Katerine ha encontrado una red de apoyo que le ha permitido seguir disfrutando de su pasión y su crecimiento profesional.

Desde que entró al ICA, la mayoría de sus trabajos han sido en zonas apartadas. En el Llano, cuando trabajaba en el Meta, las distancias eran enormes; a veces se demoraba hasta 18 horas en carro para llegar a un lugar de producción. Las vías eran complejas, muchas veces llevaba una o dos mudas de ropa en la maleta, por si tocaba quedarse. Tenía que decirle a su hija que si no lograba comunicarse, no se preocupara, que si no había señal, confiara en que todo estaba bien. Gracias a una red de apoyo sólida que tiene en Sucre —el lugar donde formó una familia—, su hija siempre ha estado acompañada.

“En estas zonas, muchas veces olvidadas por otros entes del Estado, uno llega y ve la cara de alegría de la gente. Es la satisfacción del deber cumplido, del acompañamiento genuino, de saber que con nuestro trabajo ayudamos a mejorar conocimientos, a fortalecer capacidades y a brindar esperanza. Eso es lo mejor que le puede pasar a uno.”
Katerine reconoce que ser productor en Colombia no es fácil, hay que sortear dificultades como la violencia, los climas extremos, las sequías y las inundaciones. Por eso, para ella, su labor de acompañamiento es un espacio para conocer a los campesinos, pasar tiempo con ellos, reconocer sus historias, ver cómo labran la tierra con amor, cómo reciben sus cosechas con amor. Es una forma de construir país y ser mujer.

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Su historia le ha permitido empatizar profundamente con las mujeres rurales, con las productoras que además son madres, amas de casa y trabajadoras. Katerine sabe lo que implica cargar con todas esas responsabilidades. “Mi compromiso es también con ellas: brindarles apoyo, escucharlas, reconocer su labor. En mis visitas, dentro de la estrategia de extensión fitosanitaria, compartimos historias. Ellas me cuentan sobre sus comunidades; yo les comparto un poco de la mía. Todos somos resultado de una historia”.

Cuando Katerine va a los territorios, habla durante todo el camino. Cuenta historias y sonríe, contagia su sonrisa. Durante las capacitaciones, pone ejemplos prácticos, cercanos al campesino; regaña, pero con el amor de una mamá, enseña cómo una docente con mucha trayectoria, y llega a la casa de los campesinos como si llegara a la casa de un pariente, porque la reconocen, porque es cercana, porque ha acompañado la siembra y la cosecha.

“Es como si yo tuviera un padre amoroso que me ha enseñado, que me ha llevado, que me ha aportado a mi vida y que ha hecho que yo descubra mi verdadera vocación y mi verdadera pasión, y también ha sido el que me ha dado a través de mi trabajo para criar a mi hija. Yo soy una mamá cabeza de hogar con una niña, entonces el ICA me ha permitido todo eso y yo no tengo cómo agradecer al ICA por mí y por tantos productores que se ven beneficiados de muchas formas de los servicios del ICA”.

Como Katerine, hay muchos hombres y mujeres en el ICA que trabajan día a día por el campo colombiano. Con su acompañamiento técnico y humano, apoyan a campesinos y productores en cada rincón del país. Esta labor, que llevan desempeñando desde hace más de medio siglo, los ha convertido en parte esencial del corazón del campo: ya sea recorriendo los lugares más apartados o desde las oficinas principales, su compromiso permanece firme.
 
En el Día del Trabajo, queremos conmemorar también su esfuerzo y dedicación. Porque sabemos que, sin el campo, todo lo demás desaparece.

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